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viernes, 5 de agosto de 2011

Los Restos del Naufragio_Lo que quedo de "The Forbidden Paradise"

A continuación mostraré algunas de mis entradas "personales" rescatadas de "The Forbidden Paradise":


Relatos:


1. Al final de la escalera

Mientras ascendía por los últimos peldaños de la escalera, a su mente acudieron los recuerdos de la vida que hacía largo tiempo había perdido. Y durante unos instante se quedó inmóvil, bajo la danzante luz de las antorchas, preguntándose si merecía la pena seguir adelante; ya que aun teniendo éxito en su empresa, no tenia donde regresar, no tenia ningún lugar al que llamar hogar. Repudiado por los hombres y los dioses, Khorhil permaneció allí quieto y en silencio, pensando, recordando...
No puedo decir con certeza el tiempo que permaneció allí de pie y sin moverse, con las heridas aun sangrantes, espada en mano y perdido en sus cavilaciones. Pudo tratarse tan solo de uno instantes o de todo un día; pues en aquellas lejanas tierras el tiempo no transcurre de la misma manera que en los dominios de los mortales. Se tratase del tiempo que se tratase, yo permanecí junto a él, de igual forma, callado y quieto, pensando a mi vez en el camino que habíamos recorrido para llegar a ese momento, en todo lo que habíamos dejado atrás...
De repente, Khorhil se volvió hacia mí y con voz quebrada me dijo: -Viejo amigo, si aun tienes un lugar al que pertenecer, si aun posees una vida propia y no un papel en la "gran comedia" que es el Destino, vete, abandona este lugar maldito y vive.- Clavó sus ojos en los míos y la única emoción que pude percibir en ellos fue una sincera preocupación por mi persona. -No- le respondí -Mi lugar sitio está aquí, a tu lado, así lo juré. Todo aquello...- No pude terminar la frase, Khorhil me corto con un gesto de su ensangrentada mano; pues sin duda sabía perféctamente cuál iba a ser mi respuesta antes incluso de que yo pronunciara la primera palabra. Asintió con su cabeza y reemprendimos la marcha.

Las escaleras conducían a la cúspide de la torre, que era una inmensa terraza circular de suelo negro como la antracita. En el centro de dicha terraza se encontraba lo que a todas luces era un templo, levantado sin duda en honor a los "Dioses Oscuros".Sus muros y sus columnas parecían ser de mármol negro, como el suelo de la azotea; pero al acercarnos con una antorcha descubrimos que en realidad era de color rojo, del color de la sangre derramada. La entrada del templo se encontraba flanqueada por dos estatuas cuya forma era grotesca y amenazadora, hechas también del mismo material que el propio templo. Ambos nos dimos cuenta de que las ciclópeas puertas de tan blasfemo edificio permanecía abiertas, como si se trataran de las fauces de una bestia que esperase paciente para tragarnos.
Obviamente, adentrarse en lo desconocido, sin haber descansado y sin curar nuestras heridas no era la elección más prudente. No obstante, se nos acababa el tiempo, la "Luna Negra", Tchatiq Sahar, se encontraba en su cenit y la Luna "Doncella", Daaril Nefhir, estaba próxima a ella.
Con valor y determinación; pues las dudas y los titubeos los habíamos dejado en las escaleras, nos adentramos en la oscuridad del templo. Acero en mano y con furia en los ojos, estábamos dispuestos a afrontar nuestro sino. Ambos lo habíamos perdido todo y la única elección que nos quedaba era la de afrontar nuestra muerte, la cual sin duda se encontraba cercana. Cuando al fin cruzamos la puerta y la oscuridad nos envolvió, empecé a recordar a recordar las palabras que hacía ya muchos inviernos habían salido de los labios de un oráculo: "...una sola vela basta para mantenerla a raya" Corrí hacia la entrada para sorpresa de mi compañero, para recoger la antorcha que por algún casual habíamos abandonado, cosa que desde la distancia del tiempo que ha transcurrido sigo sin comprender, ¿Cómo pudimos abandonar lo único que podía iluminar nuestro camino?. De todas formas mis esfuerzos por recogerla fueron inútiles; pues las enormes puertas del templo se cerraron con más rapidez de la que jamás hubiera imaginado. Y así nos quedamos, ciegos en el vientre de la bestia.




2. El Vientre de la Bestia

Ciegos, estábamos ciegos. Rodeados de una oscuridad tan absoluta, que parecía algo físico. Nos rodeaba y envolvía, con invisibles brazos oprimía nuestros pechos, nuestros corazones. No era el miedo, lo habíamos perdido tiempo atrás mientras recorrimos aquellas desoladas tierras, no era algo distinto, mezcla de desesperación, indefensión e impotencia. Habíamos llegado tan lejos tan solo para caer en una trampa. Cegados por nuestros sentimientos habíamos atravesado el umbral del templo. Y ahora estábamos ciegos.
Los seres humanos hemos temido la oscuridad desde el principio de los tiempos, nuestros antepasados sabían que tras el velo de la noche se ocultaban bestias sedientas de nuestra sangre y hambrientas de nuestra carne. Incluso hoy los peores crímenes cometidos por el hombre se producen el rincones sombríos, sean estos algún callejón de una de nuestras "espléndidas" ciudades o las tinieblas que moran en el corazón de un hombre.
Cuando la oscuridad cae sobre ti como un sudario de tinieblas esos temores primitivos se despiertan y el instinto te impela a huir. Solo que no podíamos huir, tan solo avanzar hacia adelante, entrándonos aun más en aquellas tinieblas.
Agarré a Khorhil del hombro, el no dijo nada; pues ambos eramos conscientes de que podíamos perdernos o desorientarnos en cualquier momento. Avanzábamos hacia lo desconocido, y seguramente hacia la muerte, sin duda, sin pausa.

El desasosiego, y la tensión amenazaban con triunfar donde habían fracasado nuestro enemigos. Mientras continuábamos adentrándonos en aquella impía estancia no podía dejar de preguntarme ¿por qué estaba allí?; ¿Cómo demonios había acabado en aquel lugar maldito?¿Por una promesa?
Algo me sacó de mis cavilaciones, lo percibí antes de que ocurriera, un ligero temblor... Y el suelo bajo nuestro pies desapareció.
Caímos ciegos e indefensos, caímos directos al olvido. Caímos en los brazos de una pesadilla. No fue una larga caída pero en nuestra situación fue algo terrible, tanto como caer en lo que solo podía ser una piscina de sangre.
Luche por no hundirme en aquel líquido viscoso, luche contra la desesperación y la locura. No podía ver ningún lugar donde ponerme a salvo, y mi instinto me decía que no duraría mucho más. Me ahogaría en un mar de sangre, me hundiría en aquellas oscuras simas para no volver jamás. ¿Por qué?¿Para qué?, no podía dejar de preguntármelo, aunque de sobra sabía la respuesta, todo por una promesa, ese fue el último pensamiento que tuve antes de que me reclamara el olvido.




Reflexiones:


Somos todos unos hipócritas

Somos todos unos hipócritas, y el que diga que no es más hipócrita todavía.
Voltaire dijo: "Usamos ideas sólo para justificar nuestra maldad, y palabras sólo para disimular nuestras ideas". Desde luego es de lo más acertado que he oído nunca.
Nos pasamos toda la vida mintiendo, a nuestros padres, familiares, amigos, compañeros, profesores, jefes... y lo que es peor de todo a nosotros mismo.
Vuelvo a decir que el que diga que no, como todos miente (a sí mismo sobre todo)
Por supuesto que es la única forma de sobrevivir en esta vida, que desde luego es mucho más complicada de lo que te enseñan cuando eres pequeño. Mentimos, engañamos o tergiversamos la verdad para evitar que nos hagan daño, para evitar que una situación nos perjudique... lo que decía; para sobrevivir.
En cuanto lo de engañarnos a nosotros mismos... eso es más complicado si cabe; y el engaño depende de la propia persona. Unos se engañan para seguir con sus vicios, otros para seguir con su novia y otros para no tenerla. Nos mentimos para justificar aquellas acciones que sabemos que están mal, que nos avergüenzan o que provocarían en el rechazo de los demás.
Pero lo que a mí más me "turba" es el hecho de que si todos mentimos y engañamos, desde luego nadie conoce a nadie, porque desde luego si uno se miente a sí mismo, ¿cómo puedes esperar llegar a conocer a esa persona, si ni siquiera ella misma se conoce, si ni siquiera ella misma se acepta como es?
Yo no soy diferente en este aspecto a los demás, aunque intento serlo. Cada vez me importa menos lo que digan o piensen de mi (se han dicho ya tantas cosas), y aunque hoy por hoy no se lo que quiero o mejor dicho tengo bastante claro lo que quiero otra cosa es queda tenerlo (esa siempre a sido mi tragedia, que normalmente aquello que anhelo está casi siempre fuera de mi alcance), no finjo ser lo que no soy, me limito a comportarme como soy siempre y cuando la situación no exija otra cosa (no me puedo comportar en una entrevista de trabajo como con mis amigos en el parque). En fin desde luego no creo que nadie llegue a creerme, nadie suele hacerlo.
Muchos me preguntan que busco, que quiero. Pero es inútil decirlo, aparte de que podría perjudicarme. Supongo que se podría resumir sin embargo en que por un lado no busco más que lo que buscamos todos nosotros (el que sea sincero consigo mismo lo sabrá) y por otro lado mis propias "quimeras". Y mientras que desde luego podría vivir el resto de mis días sin lo primero, no tener lo segundo siempre me ha desasosegado.
No tengo ni yo mismo una conclusión muy clara que escribir aquí (soy demasiado caótico y anarquista para ello), aunque si puedo decir que cada uno saque sus propias conclusiones sobre sí mismo. Que cada uno llegue a aceptarse y llegar a saber que es lo que quiere y necesita para ser feliz, y si aun le quedan fuerzas o ganas, que luche por ello.





El Eterno Retorno

A cualquier persona con algo de cultura le resultará familiar este termino, y las connotaciones que implica. Desde la mitología (Atlántis, la Edad de Oro, Sísifo y la montaña...), pasando obviamente por la religión (los muchos mitos sobre diluvios y "castigos divinos") o la propia historia con ejemplos tan claros y rotundos como la desaparecida civilización minóica, la destrucción del imperio persa o la caía de Roma, la civilización que nos precedió. Y es que todo cultura se asienta sobre los huesos de la civilización que la antecedió. Siempre que nos alzamos, caemos. Ha si ha sido desde siempre, y me temo que así será por siempre.

Pero ¿por qué?

Todos los mitos tienen en común una cosa, dicha caída la provoca la sobervia del hombre, y el miedo de los dioses. La historia nos enseña que al menos lo primero es cierto. Toda civilización termina cayendo, cada cultura termina desapareciendo debido únicamente a sus errores.

O en otras palabras, las civilizaciones caen cuando son incapaces de defenderse, no ya de amenazas exteriores, sino de sí mismas.

Y eso ocurre cuando se convierten los defectos en virtudes, y las virtudes solo se conservan de palabra o como un residuo de épocas pasadas.

Es obvio que esto podría tacharse de subjetivo, tanto como que, lo que toda civilización que ha desaparecido tiene en común es eso mismo.

Llamaremos virtud solo aquello que nos ayude a sobrevivr no solo de forma individual sino como forma de un todo, y de la misma manera a todo lo que sea en detrimento de la especie humana y del individuo defecto o vicio.

Y asi ha ocurrido una y otra vez a lo largo de todos los siglos, como si de una maldición se tratara, al final la historia se repite.

¿Por qué?

¿Por qué siempre cometemos los mismos errores?

Simple y llanamente por lo anteriormente nombrado, porque al final siempre la arrogancia se enraiza en nuestros corazones, de la misma manera que lo hace el peor defecto de todos, el miedo.

Hemos recorrido un largo camino desde que nuestros antepasados salieron de las cavernas y decidieron hacer suyo el mundo, hemos pasado de la más absoluta y total barbarie, hasta las cotas más altas de la civilización, hasta las cotas más altas de todas las artes, incluida la guerra.

Cómo tantos otros, cómo Heráclito que comprendió que nada permanecería, que toda obra mortal está aquejada del mismo mal que sus creadores, el tiempo la corrompe y la destruye. Comprendo que nosotros no somos ni seremos una excepción, como no la ha habido nunca antes, somos hijos de nuestros padres.

Una cultura, una civilización es algo vivo, un enorme ente compuesto de millones de entes individuales, igual que nuestro propio cuerpo compuesto por millones de células, y como cualquier ser vivo nace, crece se reproduce y muere. Los antiguos simbolizaban esto incluso en sus dioses solares, que nacian al amanecer, llegaban a su máximo esplendor al medio día para ir decreciendo hasta morir en el atardecer, en un eterno ciclo que se repetía eternamente.

Nuestra civilización, la cultura occidental como la llamamos nosotros mismo hoy en día; pero quien sabe como se referirán a nosotros dentro de mil años, puede no ser un imperio militar y territorial como Roma, pero si lo es en cuanto a comercio, cultura e historia común y lo más importante de todo, en cuanto a orígenes. El mundo en el que vivimos, el mundo de occidente desciende de Roma y su cultura e ideales, que evolucionaron de manera independiente en los diferentes países que componían sus territorios.

Y aquí nos encontramos unos 16 siglos después de la Caída del Imperio Romano de Occidente, y poco a poco, cada vez son más los que se dan cuenta de que algo parece no estar bien.

¿Pero qué es lo que no esta bien? ¿qué es esa sensación que nos advierte del posible peligro?

Instinto quizás.

Caeremos por la misma naturaleza por la que nos alzamos, y el patrón es inconfundible, se trata de la Serpiente Uroboros que devora su propia cola, se trata del eterno retorno, y nosotros nos encaminamos directamente a él